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Acá va tu nombre

El día que te conocí hacía frío. Mi cabeza estaba un poco en blanco y vos llenabas el aire de colores, eras un completo desconocido. Tomamos una cerveza y hablamos de muchas cosas, tenías esa energía cautivante de quien disfruta casi todo de la vida. Yo te miraba e intentaba responder tus preguntas que me hacían pensar más de la cuenta: yo te miraba y  me intrigabas. Eras destellos de vaya a saber qué cosa. Eras todo lo intenso que a mí  me costaba ser.   Tus palabras fluían con tus gestos, fluías con el mundo. Escribiste en un cuaderno las pocas ideas que pudimos charlar. Recuerdo que nos fuimos de ese bar, me saludaste con un beso y una  mano en la cintura. Y yo me alejé, un poco perdida,  otro tanto confundida  y enojada conmigo. Ese día sentí algo que para mí fue  como magia.   Un remolino interno inmenso,  indescriptible, como vos. A veces cuando me acuerdo de vos me inunda un poco esa sensación.  No sé  qué es, pero es algo lindo que vale la pena

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